Te llamaste desierto
por muchos años. Hoy
tu nombre es como un rostro
que encuentro en todas partes.
La pared podés ser,
o la mesa, o la pava,
o mis manos y piernas
pero nunca mis ojos,
que son los que atestiguan
tus maneras, tu luz
de promontorio fijo.
Mis ojos, ya silentes,
miran tu rostro múltiple,
delirio frente a Patmos.
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