Llovizna. Me recreo
con Ugarte. Palmean
desde la calle. Salgo.
Una mujer me pide
mandarinas. Atrás
está el marido y un
pibe, el hijo. Les junto
unas ocho. A través
de la reja, sonrientes
(han obtenido el postre),
me bendicen. Ugarte
me está esperando. El mundo
gana su mediodía.
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